Los adultos solemos buscar momentos para estar solos y poner en orden nuestras ideas, pensar detenidamente acerca de los siguientes pasos a seguir, y abstraernos de las ráfagas de acontecimientos que se suceden a nuestro alrededor. Atesoramos estos momentos de soledad ya que el resto del día estamos rodeados de personas, de voces, de obligaciones.
El sentirse solo es otra cosa. Es una sensación interna que nos embriaga y se conecta instantáneamente con nuestras fibras más íntimas. Drena nuestra energía, nos torna en seres vulnerables y dependientes. Al margen de estar en pareja, tener una familia o no tener un vínculo estable, la soledad profunda puede empañar nuestros sentidos y nubla nuestra capacidad de decisión. A veces nos desesperamos por un poco de cariño e incluso bajamos los estándares mínimos de buen trato, respeto o autoestima que en otro momento sostendríamos. Mendigar afecto desdibuja quiénes realmente somos y nos convierte en meras sombras de nuestra personalidad.
Si te sientes solo, es porque simplemente eres un ser humano completo con una vida incompleta. Hay un vacío en tu existencia que no puedes llenar con nada de lo que tienes en tu haber, en estos momentos. Y no pasa, necesariamente, por tener al lado tuyo a una pareja. Quien teme a la soledad trata a su vez de evitar o de ocupar ese vacío con cualquier cosa. Muchas veces elige lo primero que se le presenta, aunque no le satisfaga en absoluto, y en estos casos la sensación de soledad echará raíces en su interior con más fuerza aún.
Tu presente es el resultado de todas las elecciones que hiciste y las decisiones que tomaste (o dejaste de tomar) en el pasado. Piensa en lo poderoso que es tu presente como herramienta de cambio para ir forjando cómo será tu porvenir. El control de tu vida, al estar en tus manos, te ubica en el nivel de elección ideal para asumir la responsabilidad de lo que escoges de aquí en más.
¿Qué pasaría si te enfrentaras a tu sensación de soledad y a tu propia intimidad?
¿Qué descubrirías?
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