Amigo sabio, ¿sentías momentos de tristeza y desánimo antes de alcanzar la iluminación? Sí, a menudo. Y ahora, después de alcanzar la iluminación, ¿sigues viviendo momentos de tristeza y desánimo? Sí, también, pero ahora no me importan. Tradición Budista
A menudo, se tiene una idea equivocada de lo que significa crecer interiormente e iluminar nuestra vida de paz.
No se trata de transformarse en un vegetal indiferente a la lágrima y a la risa, sino en un Testigo Consciente de las contradicciones que vivimos y de la gran diversidad de tendencias que experimenta nuestra persona.
El Espíritu no niega al cuerpo, ni a las emociones, ni a la mente, sino que las incluye.
Cuando desarrollamos la conciencia de espectador desde la que observar la propia mente y sus vericuetos, nos convertimos en testigos de lo que sucede, sea del signo que sea. El dolor y las consiguientes presiones que nuestro psicocuerpo experimenta en las curvas de la vida, lejos de ser resistidas y por tanto creadoras de sufrimiento, son aceptados desde ese espacio silencioso y lúcido en el que es la conciencia expandida. A partir de este desarrollo, aquello que anteriormente resultaba doloroso deja de ser una dura carga. Sucede que la vida ha sido abrazada con su plena diversidad y el mundo sigue desplegando sus fríos inviernos y sus primaveras soleadas. Uno entonces observa todo aquello que le pasa al cuerpo y a la mente como vehículos de la gran travesía.
Ya no se trata de pretender eliminar las tormentas de la vida, sino más bien de saber navegar durante las mismas, observando los miedos y ajustando las velas. En la visión global, todo lo que sucede tiene sentido y no se le opone resistencia. En realidad, uno se ha dado cuenta de que no puede cambiar el mundo. Las cosas simplemente ocurren. Lo que todavía nos importa y perturba sigue dando lecciones que señalan nuestra necesidad de desafección y de visión expandida.
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